Por Pancracio Desvergonzález, corresponsal en el País de Nunca Jamás (aunque esto ocurrió aquí, lamentablemente).

Cuando Unidas Podemos irrumpió en la escena política, sus líderes prometieron ser el azote de la corrupción, los defensores del pueblo y los justicieros que desarticularían un sistema caduco. El eslogan era claro: «Que no falte nadie, excepto los corruptos». Sin embargo, con el tiempo, lo único que no ha faltado son memes de Twitter y discusiones bizarras en tertulias que acaban siempre en un grito de «¡facha!».

Del asalto a los cielos al asalto a la vajilla

«Venimos a asaltar los cielos», proclamaba Pablo Iglesias, mientras se ajustaba la coleta con la determinación de un superhéroe de serie B. Pero en lugar de llegar a las alturas, parece que el GPS interno del partido los llevó directamente al almacén de vajillas del Congreso, donde ahora faltan cucharillas de plata y, misteriosamente, una tostadora de lujo.

La utopía soñada rápidamente se transformó en un experimento político que hace que «La isla de las tentaciones» parezca un documental serio sobre ética y compromiso. Dentro del partido se gestaron luchas internas que acabaron por convertirse en una especie de telenovela de bajo presupuesto: Pablo contra Íñigo, Irene contra los micrófonos de la oposición, y todos contra el sentido común.

El mito de la regeneración

Nada más llegar al poder, Unidas Podemos decidió demostrar que la corrupción de los partidos tradicionales era cosa del pasado. Para ello, adoptaron un enfoque novedoso: «Si no puedes con ellos, únete a ellos, pero más rápido y con más furia».

Las primeras señales de alerta aparecieron cuando el despacho oficial de Pablo Iglesias fue redecorado con cojines estampados que costaban más que el salario mínimo interprofesional. Según fuentes cercanas, el objetivo era que «el proletariado se sintiera representado al ver que sus líderes también podían disfrutar de lujos». La ironía murió ese día.

No pasó mucho tiempo antes de que el partido fuese acusado de financiarse irregularmente. ¿La respuesta oficial? Una comparecencia que se resume en: «Es culpa de los fachas y de su envidia». Mientras tanto, las investigaciones encontraron más irregularidades que un queso gruyere.

«Nos atacan porque hacemos cosas»

En los últimos años, el discurso del partido se ha centrado en un argumento simple pero eficaz: «Si nos critican, es porque estamos cambiando las cosas». Sin embargo, nadie tiene claro qué cosas han cambiado, salvo la distribución de los sillones en sus despachos.

«Queremos empoderar al pueblo», dijeron en 2014. Y lo lograron, aunque no como esperaban: empoderaron a millones de personas a hacer memes y vídeos satíricos sobre ellos. En redes sociales, su legado es eterno, pero no como esperaban.

El pueblo, desunido pero entretenido

Hoy en día, Unidas Podemos se encuentra dividido en tantas facciones que los politólogos han perdido la cuenta. Está el grupo de los que creen que la autocrítica es fascismo, los que todavía creen que tienen futuro, y un par de militantes que solo siguen ahí porque se perdieron en el edificio durante un mitin.

Mientras tanto, el ciudadano medio sigue preguntándose en qué momento el partido pasó de prometer la redistribución de la riqueza a redistribuir culpas entre sus propios miembros. «Antes de ellos, la política ya era un circo», dice un votante desencantado. «Ahora, es un circo con elefantes en huelga».

Conclusión: el enésimo cuento roto

Lo que empezó como un movimiento de ilusión y cambio ha terminado como otro episodio en el interminable culebrón de la política española. Unidas Podemos prometió devolver el poder al pueblo, y lo hicieron… devolviendo al pueblo la confirmación de que la política sigue siendo un chiste malo, contado una y otra vez por diferentes caras.

Mientras tanto, el pueblo sigue esperando que llegue alguien que cumpla sus promesas. Pero claro, mientras esperan, hay memes. Y eso, al menos, no tiene precio.