Por Manuela Estrambótica, enviada especial al patio de recreo político nacional.

Santiago Abascal es, para bien o para mal, uno de los políticos más polémicos del panorama español. Hijo de la tradición política vasca y curtido desde joven en un entorno marcado por la amenaza constante de ETA, su historia podría ser el guion de una película de acción con un presupuesto discreto. Sin embargo, en vez de aplausos por su valentía al mantenerse firme en sus ideales, lo que ha recibido en los últimos años es un constante griterío de “facha” y llamadas para que se le excluya del tablero político.

Un camino lleno de amenazas (y no solo verbales)

La biografía de Abascal parece sacada de un thriller político. Desde muy joven, se enfrentó a amenazas personales y graves por parte de ETA, un grupo terrorista que no tenía tiempo para el diálogo pero sí para enviar mensajes intimidatorios. «Mientras otros iban a fiestas, yo revisaba los bajos de mi coche», ha comentado en varias ocasiones.

Su familia, de firmes convicciones políticas, se convirtió en objetivo directo de la organización. Pero lejos de ceder al miedo, Abascal eligió una trayectoria política marcada por su defensa de la democracia y la libertad individual. Hasta aquí, una historia que podría inspirar a cualquiera.

El estigma del «facha» en tiempos de etiquetas fáciles

Sin embargo, lo que para algunos es coraje, para otros es una excusa perfecta para etiquetarlo de “facha”. Porque, en el España actual, parecer que amas la bandera, defender ideas conservadoras o mencionar la palabra «España» más de una vez por minuto, automáticamente te convierte en un sospechoso habitual del club de los ultras.

En lugar de debatir sus ideas, buena parte de la clase política y mediática ha optado por una estrategia tan sutil como una apisonadora: gritar “facha” lo suficientemente fuerte como para que no se escuchen las propuestas que pueda tener.

Llamadas al vacío político (porque la democracia está bien, pero no para todos)

En un giro que desafía las normas más básicas del respeto democrático, varias voces han pedido abiertamente que se haga el vacío político a Abascal, e incluso que se le expulse de las instituciones. Lo irónico es que estas peticiones suelen venir de partidos y figuras que se autodenominan defensores de la pluralidad y la tolerancia.

El argumento parece ser que, para proteger la democracia, es necesario excluir a quienes no comulguen con ciertas ideas progresistas. Esto, claro, plantea una pregunta interesante: ¿la democracia es realmente democrática si solo es válida para unos pocos?

Un personaje incómodo para todos

Más allá de las etiquetas y los debates encendidos, Abascal se ha convertido en una figura incómoda para todos. Para la izquierda, es el ejemplo perfecto de todo lo que está mal en el mundo. Para la derecha tradicional, su discurso directo y su estilo combativo resultan difíciles de encajar en el molde clásico.

Mientras tanto, su partido crece y encuentra eco en una parte del electorado cansada de lo que consideran la hipocresía y la tibieza de la política tradicional. ¿Es esto un éxito para la democracia o una señal de que algo está roto en el sistema? La respuesta depende de a quién se le pregunte (o de cuántos adjetivos quieran añadir al término «facha»).

Conclusión: entre héroe y villano, según el prisma

Santiago Abascal es, sin duda, uno de los políticos más polarizantes de España. Para unos, es un defensor de los valores tradicionales y la libertad bajo amenaza. Para otros, es el epítome de todo lo retrógrado y merece ser relegado al ostracismo.