Madrid, cualquier día. El Ayuntamiento de Madrid ha sido testigo de un hallazgo que ha sumido en la incredulidad a funcionarios y altos cargos del Gobierno. Todo comenzó cuando Ricardo Sánchez, flamante nuevo secretario del secretario del segundo asistente del primer alcalde, decidió abrir un cajón archivado en lo más profundo de la burocracia municipal. Dentro, entre clips oxidados y documentos de la Expo ’92, encontró una hoja amarillenta con una simple instrucción garabateada en tinta desvaída:

«IMPORTANTE. Pagar las pensiones. Cada mes.»

Sánchez, que al principio pensó que era una broma, pronto cayó en la cuenta de la magnitud del hallazgo. «Me entró la risa floja. Luego, un ataque de pánico. Luego, otra vez la risa floja. Era como descubrir que un castillo de naipes lleva 40 años en pie por pura suerte y una brisa mal puesta puede mandarlo todo al carajo», declaró todavía hiperventilando.

El impacto del hallazgo se propagó como un virus entre las oficinas del Ayuntamiento. Primero, los administrativos. Luego, los concejales. En menos de una hora, el alcalde también se encontraba riendo a carcajadas con la mirada perdida en el infinito. El brote de alucinación burocrática no tardó en contagiarse al Gobierno central, donde ministros y secretarios de Estado quedaron absortos en la más pura perplejidad. «¡No puede ser! ¿Es decir que las pensiones nunca se han pagado de forma real sino con lo que entraba de los nuevos cotizantes?» exclamó un alto cargo, antes de desmayarse por hiperventilación.

El presidente del Gobierno, al enterarse, quedó petrificado durante tres minutos antes de murmurar: «O sea que todo esto ha sido… un Ponzi…». Acto seguido, se llevó las manos a la cabeza y corrió en círculos hasta estrellarse contra un ficus decorativo de Moncloa.

Según fuentes extraoficiales, la nota fue de inmediato elevada a «prioridad nacional» y remitida al Ministerio de Hacienda. Sin embargo, la conmoción era tan grande que, tras varias reuniones en las que solo se escuchaban murmullos aturdidos y esporádicas carcajadas nerviosas, alguien la colocó en un nuevo cajón. Ahí se encuentra a día de hoy, archivada entre un anteproyecto de ley de 1978 y una bolsa de chicles de cortesía de la Transición.

Mientras tanto, la Seguridad Social ha tranquilizado a la población asegurando que «todo seguirá igual que hasta ahora». Lo cual, según expertos consultados, es la peor noticia posible.

Análisis de especialistas: el alucine académico

El hallazgo ha generado reacciones inusitadas en el mundo académico y económico. El catedrático de Economía Institucional de la Universidad de Salamanca, Tomás Valdés, declaró: «Es como descubrir que llevamos pilotando un avión gigante de papel creyendo que era un Boeing. Solo que, milagrosamente, aún no nos hemos estrellado».

Por su parte, la prestigiosa analista financiera Marta Cifuentes afirmó entre carcajadas y llanto: «Es impresionante. Se nos ha caído la venda de los ojos y lo único que podemos hacer es reír. Porque si dejamos de reí, entramos en shock irreversible».

Desde el Instituto Nacional de Burocracia Aplicada, el Dr. Anselmo Román fue más allá: «En retrospectiva, este sistema solo ha funcionado por pura inercia. Esto es como ver un castillo medieval de naipes sostenido por postits y tiritas. No debería haber aguantado, y sin embargo, aquí estamos. Es un milagro administrativo».

A pesar de la histeria inicial, la calma ha vuelto a los pasillos gubernamentales. La nota sigue en su nuevo cajón, custodiada por una fina capa de polvo y el espíritu de la indiferencia administrativa. Un nuevo grupo de funcionarios ha asumido sus cargos y, sin ser informados del hallazgo, han continuado operando como si nada hubiera ocurrido.

El país sigue adelante, tambaleándose con la misma majestuosidad que un equilibrista miope sobre una cuerda floja deshilachada. Mientras tanto, los jubilados cobran sus pensiones con la misma fe con la que un niño deja su diente bajo la almohada, esperando que el hada del Tesoro Público siga haciendo su magia. Y, por ahora, nadie ha tocado el cajón otra vez.